Cuando el científico australiano Barry J. Marshall se administró a sí mismo una dosis considerable de la bacteria Helicobacter pylori, sabía que aquello le provocaría una grave gastritis, unos fuertes retortijones y unas nauseas considerables. Lo que no acertó a adivinar entonces es que años después, aquel atrevimiento suyo le valdría, junto a su colega, el también científico australiano Robin Warren, el Premio Nobel de Medicina. Y es que lo que estaba demostrando, aun a costa de su propia salud, es que esa bacteria era la responsable tanto de la úlcera gástrica como de la úlcera duodenal, pudiendo incluso derivar, en casos concretos, en un cáncer. El descubrimiento en sí no tendría por qué merecer un calificativo más allá de curioso de no ser porque supuso, de manera definitiva, la constatación de un hecho de consideración especial en medicina: un microorganismo podía ser el causante de un determinado tipo de cáncer.
La relación entre los agentes infecciosos y las enfermedades crónicas se conoce desde hace tiempo -la lepra y la sífilis son evidencias de esta conexión-, pero la relación entre determinados tipos de virus y la que es considerada ya como la gran epidemia de la modernidad, el cáncer -téngase en cuenta que es la segunda causa de mortalidad en países desarrollados, por detrás de las afecciones cardiovasculares-, es de conocimiento más reciente.
Cáncer no es otra cosa que el término que se utiliza para hacer referencia al crecimiento descontrolado de una célula cuando ésta ha logrado escapar a los mecanismos de regulación a los que se encuentra sometido su ciclo. Y esto es así cuando un determinado agente, llamado mutágeno, afecta al ADN de la célula. Se ha demostrado que ciertos virus pueden actuar como mutágenos para dar lugar a un cáncer determinado. Así, el cáncer de hígado podría estar provocado por el virus de la hepatitis B, de igual modo que el virus del papiloma humano (VPH) provocaría el cáncer de cuello de útero –o cervix-. Pero no es el cáncer una enfermedad de causa única, ni siquiera lo es de causa conocida. Son múltiples los factores de riesgo que pueden desencadenar la enfermedad, desde la edad o la herencia genética a los mutágenos de tipo físico –las radiaciones ultravioletas- o químico –el benzopireno, del humo de los cigarrillos-. En determinados casos, estas mutaciones pueden incluso aparecer de manera espontánea, sin una causa aparentemente responsable. En la actualidad se acepta que el cáncer es el resultado de la suma de múltiples mutaciones en el genotipo (conjunto de los genes de un individuo) de una única célula para dar lugar a un clon de células malignas al cabo de un tiempo que suele cuantificarse en años.
Recientemente ha llegado a las farmacias de nuestro país Gardasil, una vacuna contra el cáncer de cuello de útero, una enfermedad de la que, en España, se detectan más de 2.000 nuevos casos anuales, y de éstos, aproximadamente la tercera parte resultan de carácter mortal. Por ello, la aparición de este fármaco parece justificar la euforia desatada entre la prensa más sensacionalista; pero cabe hacer algunas consideraciones. En primer lugar habría que decir que la vacuna es cien por cien efectiva sólo contra cuatro tipos diferentes de virus del papiloma humano (los VPH de tipo 6, 11, 16 y 18), del que se conocen hasta cien tipos diferentes, si bien es cierto que estos cuatro tipos son los responsables del 60-70 % de todos los cánceres de útero producidos. En segundo lugar, es importante destacar que, desde el momento en el que se produce la infección hasta aquel en el que aparece el cáncer pueden pasar varios años y que un tratamiento efectivo de esta infección reduce al mínimo el riesgo de padecerlo. Además, la vacuna tiene únicamente un carácter preventivo, no representa un tratamiento contra el cáncer, por este motivo se recomienda la administración de la vacuna antes de que la paciente haya tenido su primera relación sexual. Por último, destacar que no estamos en disposición de afirmar de manera categórica que la infección, por sí sola, sea capaz de dar lugar al cáncer sin la necesidad de otros mutágenos.
Así, si bien es cierto que el hecho de la vacunación puede reducir hasta en un 60-70% el riesgo de padecer un cáncer de útero y que éste resulta uno de los avances más importantes en la medicina moderna, no podemos caer en la tentación de pensar que ya está todo hecho al respecto. A pesar de la vacuna, el cáncer acabará por ser, en unos pocos años, la principal causa de mortalidad en países desarrollados y no podemos bajar la guardia.
lunes, 10 de marzo de 2008
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1 comentario:
Encantado de conocerte a ti y a tu blog. El articulo es muy interesante y si algun dia dispongo de tiempo te escribo 4 reflexiones sobre el hpv (vph) y la vacuna..pq el tema da de si..
un saludo
Leo Barco
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