Michel Eugéne Chevreul fue un químico del siglo diecinueve, aunque de él podría decirse que cumple con el perfil de lo que hoy llamamos un hombre del renacimiento. Entre otras cosas, fue director del museo de Historia Natural de París y profesor de Química Orgánica. Era un hombre polifacético, que igual elaboraba teorías para explicar la influencia de los colores adyacentes, que investigaba sobre los cuerpos grasos de origen animal. Era un personaje excéntrico y nada convencional, de esos que no se conforman con lo que muestra la superficie y que al final son los que acaban moviendo al mundo.
Es posible que su contribución más importante, al menos la más conocida, la hiciera en el ámbito del arte. Su influencia fue más que notable en numerosos pintores del diecinueve, sobre todo en los impresionistas. Y es que Chevreul trabajaba como director de una fábrica de tapices cuando fue consciente de la dificultad de mezclar tintes y combinar colores para obtener el matiz adecuado. Así, tras varios años de estudio, Chevreul elaboró una teoría que trataba de explicar, de modo científico, cómo la apariencia de unos colores estaba influida por los colores adyacentes. Esta teoría, conocida hoy como “Teoría del color”, no estuvo en su momento exenta de polémica y no lo está hoy en día. Pero lo que queda fuera de toda duda es que numerosas obras de arte, como las primeras pinturas de Renoir o buena parte de las de Monet, se alimentan de ella.
La otra gran contribución al mundo de Chevreul, que parece hoy tener una consideración menor, fue la identificación de unos cuerpos presentes en los cálculos de una vesícula biliar. Como mandaba la ortodoxia de la época, el nombre para denominar a aquellos cuerpos respondió al origen de los mismos. Así, teniendo en cuenta que habían sido aislados a partir de la bilis (del griego kole) y dada su naturaleza sólida (stereos, en griego), el nombre no podía ser otro: Colesterol.
Hoy en día, colesterol es una palabra que sólo escucharla parece quitarnos el apetito. La relación de esta molécula con la ateroesclerosis y con el consiguiente riesgo de padecer episodios cardiovasculares nos hace temerle como a la peor de las epidemias. Y es cierto que una dieta desequilibrada y constante tiende a conducirnos hacia un cuadro de alto riesgo cardiovascular, pero no es menos cierto que el papel del colesterol en el metabolismo es de vital importancia para nuestras células. Por ejemplo, basta decir que el colesterol es uno de los compuestos más importantes en la membrana plasmática (que es una capa que da forma a la célula, definiendo sus límites, y que se encarga de mantener el equilibrio entre el interior y el exterior de ésta) de los animales, o que actúa, entre otros, como precursor de las hormonas sexuales.
Claro, me decía el otro día un amigo, es que por eso se habla de “colesterol bueno” y de “colesterol malo”. Nada más lejos de la realidad. Fue entonces cuando caí en la cuenta de la necesidad de escribir este artículo. Colesterol sólo hay uno, y es el que es, ni bueno ni malo. Como todas las moléculas que se encuentran en el organismo, cumple una función básica y su ausencia sería fatal para la célula. Pero también al igual que para éstas, un exceso de colesterol puede resultar fatal. Lo que pasa es que un exceso de otras moléculas normalmente sólo se produce por alteraciones puntuales en el metabolismo, mientras que el exceso de colesterol lo puede producir algo tan a la mano del primer mundo como es una dieta incorrecta.
El colesterol es sintetizado de forma natural en las células animales, pero además somos capaces de absorberlo de los alimentos que ingerimos. En cualquier caso, es una molécula que presenta una muy baja solubilidad en agua, por lo que, para su transporte por la sangre, debe estar asociado a unos complejos que se denominan lipoproteínas. Y dos de las lipoproteínas más importantes en el organismo son las HDL (Lipoproteínas de alta densidad) y las LDL (Lipoproteínas de baja densidad). Las primeras de ellas transportan el colesterol desde los diferentes tejidos hasta el hígado, mientras que las segundas lo transportan desde el hígado al resto del cuerpo. Así, podríamos decir que las HDL se encarga de eliminar colesterol de la circulación, mientras que las LDL lo acumulan. Por este motivo, las HDL son llamadas, de forma errónea, “colesterol bueno”, mientras que las LDL, “colesterol malo”.
En cualquier caso, independientemente de polémicas etimológicas, lo que está claro es que una dieta equilibrada y el ejercicio moderado son básicos para mantener a raya cualquier patología de tipo vascular. Una vida sana resulta, al final, la mejor de las soluciones.
lunes, 10 de marzo de 2008
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