En la
segunda mitad del siglo XVI existió un médico en Bolonia llamado Gaspare
Tagliacozzi. Este italiano tuvo bastante éxito en su época en el desarrollo de
varias disciplinas médicas, pero por lo que ha pasado a la historia es por ser
un pionero en la Medicina Estética. Concretamente, Tagliacozzi es considerado
el precursor de la rinoplastia. Para la curia eclesiástica del momento, este
cirujano plástico no hacía sino violar las leyes de la naturaleza, por lo que
su cuerpo fue enterrado con deshonor más allá de las murallas de la ciudad.
Hoy en
día, y sólo en España, se llevan a cabo más de 100.000 operaciones de cirugía
estética al año. Y ya nadie entiende que sea una obligación cargar de por vida
con la nariz aguileña del abuelo paterno, las orejas de soplillo de la abuela
materna o el culo plano de buena parte de tu familia. La herencia recibida de
nuestros antepasados es un regalo envenenado que no estamos obligados a
mantener. Pero, ¿y con los genes? ¿Estamos condenados a cargar con el peso de
nuestros genes hasta el último día de nuestra vida? ¿O podemos elegir
cambiarlos por otros que nos vengan mejor?
Quizá,
como hace 500 años sucedió con las operaciones de Tagliacozzi, alguien piense
que jugar a moldear nuestros genes sea una violación de las leyes de la
naturaleza. Pero si no lo hemos hecho aún es porque no hemos tenido las
herramientas adecuadas para llevarlo a cabo. Y era sólo cuestión de tiempo.
Esta misma semana, la agencia estadounidense encargada de aprobar la
introducción de un medicamento en el mercado anunciaba que daba permiso para
que un fármaco llamado Zolgensma se empezara a comercializar. La anécdota –y lo
que parece haber cobrado carácter de noticia a tenor de lo visto en prensa– es
que éste se ha convertido en el fármaco más caro del mundo, al alcanzar un
precio de más de 2 millones de dólares por dosis. Pero, como digo, eso es sólo
la anécdota. La verdadera noticia es que Zolgensma se ha convertido en el
primer fármaco que utiliza la terapia génica para curar una enfermedad.
Zolgensma
es un fármaco biológico construido a partir de un virus llamado AAV9 al que se
le ha quitado su propio ADN y en su lugar se ha colocado un gen humano llamado
SMN1, que es el que falla en pacientes de una enfermedad llamada Atrofia
Muscular Espinal. Así, una sola dosis intravenosa de este fármaco puede hacer
que los enfermos empiecen a expresar adecuadamente una proteína que se producía
erróneamente, y curarse para siempre.
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