miércoles, 28 de enero de 2009

EL CÁNCER EN EL EGIPTO DE LOS FARAONES

Edwin Smith fue un notable egiptólogo que desarrolló buena parte de su trabajo en la segunda mitad del siglo XIX. Se formó en los más importantes centros de París y Londres y adquirió gran importancia en el estudio de la lengua egipcia. Pero no sería todo ello lo que le otorgaría honor y renombre sino la adquisición de un papiro a un comerciante de la ciudad de Luxor. El egiptólogo entendió enseguida que este papiro de más de cuatro metros y medio de longitud era un tratado de medicina, pero su sorpresa fue mayúscula al comprobar que lo que tenía entre las manos se estaba convirtiendo en el documento médico más antiguo del que se tenía conocimiento en el mundo, con casi cinco mil años de antigüedad.
El que ha pasado a la historia como el papiro de Edwin Smith demuestra que los egipcios tenían un conocimiento bastante exacto de órganos humanos tales como el corazón, el hígado, el bazo, los riñones y los uréteres, y la vesícula, además de tratar con mucha más racionalidad de la que se les suponía ciertos procedimientos quirúrgicos. Y es que este papiro está formado por un número determinado de casos, que la mayoría de las veces eran lesiones traumáticas que fueron tratadas con cirugía.
Pero hay un hecho que resulta más sorprendente aún y es que en el papiro aparece la primera descripción escrita de un cáncer. En éste se describen ocho casos de cáncer de mama, que son tratados con cauterización, aunque el escrito dice de la enfermedad que “no tenía tratamiento”.
Desde entonces, el conocimiento sobre el cáncer ha crecido muchísimo tanto en la detección como en el tratamiento, aunque la enfermedad sigue siendo una de las principales causas de mortalidad en occidente. Según la Sociedad Americana del Cáncer, éste provoca en torno al 13 % de todas las muertes, lo que supone un número próximo a los ocho millones de fallecimientos en el mundo cada año. De todos ellos, más del 90 % están provocados por un proceso denominado metástasis.
Se conoce como metástasis a la diseminación de un tumor primario a otros órganos distantes y sanos. Para que esto ocurra las células cancerígenas tienen que ser capaces de penetrar en los vasos sanguíneos o linfáticos próximos al tumor para acceder a la circulación sanguínea –forzando al sistema circulatorio a producir nuevos vasos, mediante un proceso denominado angiogénesis- e invadir tejidos sanos.
Clásicamente se habla de tumor benigno para referirnos a aquellos que no son capaces de metastatizar a órganos distantes y de tumor maligno, al que sí que es capaz de hacerlo. Es decir, los tumores benignos crecen sólo localmente y por lo tanto es más sencillo su tratamiento, mientras que los tumores malignos son capaces de propagarse, haciendo mucho más compleja la lucha médica contra la enfermedad.
Para que la metástasis ocurra se tienen que dar una serie de reacciones agrupadas en lo que se conoce como cascada metastática, que acaba en la formación de un tumor secundario. Esto sólo es posible si se producen ciertas alteraciones moleculares que dan lugar a la expresión de algunos genes.
Uno de los primeros genes que se vio que estaban relacionados con procesos de metástasis es el que da lugar a la proteína “twist”, que se encarga de activar o desactivar ciertos genes. Esta proteína se encuentra disponible en el desarrollo embrionario, donde su función es imprescindible ya que controla la producción y migración de todos los tejidos, pero que desaparece después para permanecer ausente durante el resto de la vida. Pues bien, se ha visto que en un gran número de tumores que acaban metastatizando, esta proteína se encuentra activa.
También el español Joan Massagué, junto a su equipo, ha identificado un paquete de 18 genes implicados en la aparición de metástasis, de los cuales la acción conjunta de sólo cuatro es capaz de desencadenar el proceso. De las proteínas a las que dan lugar estos genes ya se conocía su implicación en procesos inflamatorios y tumorales, pero ahora, además, se sabe de su papel en la diseminación del cáncer.
Y mucho más recientemente, en Diciembre de 2.008, un grupo de investigadores británicos publicaba que la expresión de una proteína denominada Fosfolipasa Cγ1, que está relacionada con la activación de ciertos tipos de lifoncitos –linfocitos Th-, jugaba un papel determinante en procesos de metástasis.
El avance de la ciencia en este sentido debe despertar en nosotros moderada ilusión. Es probable que en un futuro a medio plazo se conozcan todos los genes implicados en el cáncer y usar este conocimiento para su tratamiento, pero ese día queda aún en el horizonte.

miércoles, 14 de enero de 2009

WOODY ALLEN, EL ADN RECOMBINANTE Y EL PRÍNCIPE DE ASTURIAS

En el año 2002 el cineasta neoyorkino Woody Allen era galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Artes. Para entonces ya había conseguido tres premios Oscar de la Academia americana –dos como guionista y uno como director-, un Globo de Oro, como guionista, y había dirigido más de una treintena de películas, con títulos tan memorables como Annie Hall, Manhatan o Hannah y sus hermanas, por lo que no fue una sorpresa para nadie que el premio recayese en su persona.
El día que tuvo que recoger el galardón, Woody Allen pronunciaría unas palabras que han quedado para el anecdotario en la historia de estos premios. “No merezco este premio, pero tengo diabetes y tampoco la merezco”, dijo con su característico y flemático humor. Y es que el director americano es uno de los más de doscientos millones de diabéticos que hay en el mundo.
La diabetes es una enfermedad que está descrita desde mucho antes de la era cristiana y que se caracteriza por un aumento de los niveles de glucosa en la sangre. Se podría decir que la glucosa es el combustible de nuestro organismo ya que es la sustancia que se utiliza para, mediante una serie de reacciones, obtener energía. Por lo tanto, es imprescindible tomar cantidad suficiente de glucosa, a través de la comida, para que queden cubiertas las necesidades energéticas del organismo. Una vez digerida, la glucosa va a ser absorbida mediante la digestión y, a través de la sangre, va a ser distribuida por todo el cuerpo. Pero tan perjudicial como la ausencia de glucosa puede resultar un exceso de ésta. Por eso, cuando la concentración de glucosa en sangre excede unos límites, el páncreas se encarga de producir una hormona que conocemos como insulina.
Para ser más concretos, son unas células denominadas células beta localizadas en unas glándulas pancreáticas con forma de pequeños racimos llamados Islotes de Langerhans los que producen la insulina. En estas células la Insulina se produce como una hormona no madura que es procesada, liberando un fragmento denominado péptido C y sufriendo una reacción que produce unos enlaces llamados puentes disulfuro, que permiten unir los dos fragmentos restantes. Cuando aparecen niveles anormalmente bajos de insulina debido a fallos en el páncreas o a un inadecuado uso de la hormona por parte del organismo, la consecuencia es el aumento de los niveles de glucosa, apareciendo entonces la enfermedad conocida como diabetes.
Para tratar la diabetes, los enfermos suelen inyectarse insulina con el objetivo de restablecer los niveles normales de glucosa en sangre (entre 70 y 100 mg/dl). Durante mucho tiempo, la insulina utilizada con este fin ha sido de origen animal. Es decir, se extraía la hormona del páncreas de buey y de cerdo ya que la de ambos animales es muy parecida estructuralmente a la humana y tiene idéntico efecto sobre la glucosa en sangre. Pero este proceso presenta una serie de inconvenientes como es el variable suministro de tejido pancreático animal y la obtención de un producto que solía contener impurezas. Por eso, en la actualidad, la insulina utilizada es obtenida a partir de microorganismos mediante técnicas de ingeniería genética, alcanzándose una mayor pureza que en la insulina de origen animal, evitando así reacciones indeseadas.
El de la insulina es uno de los ejemplos más típicos en la producción de fármacos a nivel comercial, pero son muchos los que en la actualidad se producen gracias a la tecnología del ADN recombinante, que consiste en clonar los genes de ciertas proteínas humanas en los microorganismos adecuados. Por lo tanto, podríamos decir que la ingeniería genética, que nació en los años setenta con la manipulación enzimática del ADN, lo que persigue es la manipulación deliberada del material genético con un propósito determinado. En definitiva, llamamos ingeniería genética al conjunto de técnicas que nos permiten la manipulación del ADN y su introducción en un organismo dado con la intención de corregir errores genéticos, crear especies distintas y mejoradas y producir determinados compuestos.
En 1982 la insulina se convirtió en la primera proteína obtenida por ingeniería genética que era aprobada para su uso en humanos. En la actualidad son más de treinta las aprobadas para su uso clínico. El papel que la ciencia ficción asigna a la ingeniería genética no hace siempre justicia al que ha tomado en la historia. Pero lo cierto es que la tecnología del ADN recombinante ha conseguido mejorar la calidad de vida de millones de personas y ese es el camino que debe seguir.