jueves, 8 de octubre de 2009

EL REBELDE DESCONOCIDO Y LA DEFENSA DE LOS SÍMBOLOS

En 1.998 la revista Time elaboró una lista con los cien personajes más influyentes del siglo XX. Entre ellos había gente tan dispar como Albert Einstein, Marilyn Monroe, Juan Pablo II, Hitler o el Che Guevara. Pero si hay algo que sorprende al examinar el curioso inventario es la presencia de un personaje que carece de nombre y apellidos. Se trata de “El Rebelde Desconocido”. De él poco se sabe. No se tienen declaraciones suyas y ni siquiera una imagen nítida de su rostro. El rebelde desconocido es el apodo que se le dio a un hombre anónimo que el cinco de junio de 1.989 se opuso, con su simple presencia, al avance de una columna de tanques en el transcurso de las revueltas de la Plaza de Tiananmen, en China.
Las revueltas habían comenzado casi dos meses antes y en ellas intelectuales, trabajadores y grupos estudiantiles protestaban por la opresión del gobierno comunista, la alta inflación o el fracaso de la reforma económica. Finalmente estas manifestaciones de malestar acabaron por la fuerza y se estima que unos 2.000 civiles murieron en el intento del gobierno por calmar la situación. Todavía hoy, éste es un tema tabú en China. Lo que el ejecutivo denominó como una actuación para normalizar la situación del país, los más reaccionarios entienden que fue una práctica totalmente desmesurada, y es que sacar el ejército a la calle, blindados incluidos, para tratar de acallar los ánimos de un grupo perfectamente controlable que simplemente manifestaba su malestar por la situación social y económica del gran gigante asiático sí que parece ir en contra del principio de proporcionalidad.
Pero aquel cinco de junio, la imagen del rebelde desconocido plantado en mitad de la calle se iba a convertir en un icono por la libertad. Cuando la columna de tanques avanzaba en dirección al ciudadano anónimo, todo el que contemplaba la imagen esperaba el fatal desenlace. La lógica dictaba que aquel hombre moriría bajo las cadenas de los carros de combate si no se movía de allí. Pero entonces, el primero de los tanques se detuvo y tras él los demás. Un solo hombre, desarmado y sin ninguna intención belicista, había conseguido frenar el avance de un ejército que días antes se había mostrado despiadado.
El rebelde desconocido se comportó como la piel de nuestro organismo, repeliendo el ataque del agente patógeno que en este caso eran los tanques. Se puede decir, estableciendo un paralelismo, que aquel hombre ejerció como el primer nivel de defensa de un supuesto sistema inmunitario. Y es que éste, el sistema inmunitario, se puede dividir en tres niveles.
El primer nivel de defensa lo forman las barreras superficiales. La primera y más evidente dentro de éstas es la piel, que actúa como barrera mecánica y que forma la primera línea de defensa contra infecciones. Otros ejemplos de barreras mecánicas son la orina y las lágrimas por la acción que ejercen de arrastre de patógenos. Dentro de este primer nivel de defensa también están las barreras químicas, como las proteínas antimicrobianas de la saliva o la leche materna, y las barreras biológicas, como la flora intestinal o genital.
No obstante, este tipo de barreras no es capaz de frenar el cien por cien de los patógenos, y cuando uno escapa a este nivel de defensa es el turno del sistema inmunitario innato, que presenta una respuesta inespecífica inmediata. Dentro de este tipo de inmunidad se encuentran los procesos de inflamación –mediados por unas moléculas llamadas eicosanoides y citocinas-, la línea de las células blancas o leucocitos –macrófagos, neutrófilos, etc.- y un sistema denominado “del complemento” que se presenta como una cascada de reacciones que terminan por afectar a las células extrañas.
Por último, el nivel más específico de defensa que posee nuestro sistema inmunitario es el sistema adaptativo. Éste presenta como principal característica la memoria inmunológica, que le permite reconocer agentes patógenos particulares a lo largo del tiempo, y está mediado por unas células denominadas linfocitos. Las clases principales de éstos son los de la serie B, que producen los anticuerpos, y los de la serie T, que coordinan la respuesta inmune secretando unas proteínas específicas al medio.
Ninguno de estos niveles de defensa tiene sentido en ausencia de los demás y sólo se entienden en el global del sistema inmunitario. La acción del rebelde desconocido, por muy loable que nos parezca, careció de sentido en términos de defensa. Hay quien piensa que aquel hombre fue ejecutado días después y quien dice que se encuentra escondido en el interior rural de China. Su acción, como estrategia militar, fue un auténtico desastre, pero fue un símbolo y también de símbolos se construye la historia.