A día
de hoy, no es fácil saber con exactitud cuántas células dan forma a nuestro
cuerpo. Es imposible contabilizarlas una a una, así que para obtener un número
más o menos fiable hay realizar diferentes consideraciones teniendo en cuenta
los diferentes órganos y tejidos que dan estructura a nuestro organismo.
Mediante estas aproximaciones, actualmente se acepta que nuestro cuerpo es el
resultado de la unión de varios billones de células de diferentes tipos. Para
ser más exactos, unos treinta billones.
Éste no
es un número especialmente significativo. Nadie se ha llevado las manos a la
cabeza al conocer su dimensión, ni se espera que los miembros del equipo que ha
realizado el cálculo grave para siempre sus nombres en los anales de la
Ciencia. Treinta billones de células es un número bastante neutro. Lo que sí
que suele resultar más inquietante es la comparación de su magnitud con el de organismos
microscópicos que acompañan a estas células. Y es que nuestro cuerpo viene a
ser algo así como un enorme crucero repleto de polizontes –varios billones
también–.
Este
conjunto de microorganismos es lo que se conoce como microbioma, y está
compuesto, fundamentalmente, por bacterias; aunque también hay un número
significativo de virus y hongos. Gracias a las técnicas de secuenciación masiva
de ADN –las mismas que se utilizan para secuenciar nuestro genoma– podemos
conocer todas las especies bacterianas que están contenidas en nuestro
organismo; sobre todo en nuestro intestino, pero prácticamente no existe un
órgano o tejido que se encuentre completamente ausente de algún tipo de
microorganismo. Mediante estos análisis de ADN se puede conocer la diversidad
bacteriana que tenemos y la proporción relativa de cada especie.
Tradicionalmente,
para conocer la composición bacteriana de un contexto determinado, lo que se
hacía era llevar esas bacterias al laboratorio, aislarlas, cultivarlas y
estudiarlas después de crecidas. Pero hoy sabemos que mediante esta metodología
estábamos perdiendo en el proceso más del 90 % de todos los microorganismos.
Por eso, las modernas técnicas de análisis masivo de ADN han venido a aportar
una enorme cantidad de información sobre nuestro microbioma.
Ahora sabemos que la relación entre las diferentes familias de bacterias presentes en las diferentes estructuras de nuestro cuerpo determinan su correcto funcionamiento. La fiabilidad de nuestro sistema digestivo, las alteraciones de nuestro sistema inmune o, incluso, nuestra predisposición a padecer cierto tipo de cáncer están relacionados directa o indirectamente con el microbioma. En el futuro, probablemente, aprendamos a regular estas proporciones. Mientras tanto, sólo podemos seguir aprendiendo.