La situación de la isla de Rodas en la antigüedad suponía un enclave privilegiado en el mar Egeo. Desde allí, el comercio con Grecia, Asia Menor y Egipto, además del control estratégico de la zona, era mucho más sencillo que desde cualquier otro lugar del Mediterráneo. Por eso, diferentes pueblos, como el macedonio, trataron de hacerse con el control de la isla. Pero ésta fue capaz de repeler los ataques extranjeros y en honor a ello se decidió erigir una gigantesca estatua a Helios, el dios protector del lugar. El encargado de la construcción fue Cares de Lindos y en ella utilizó hierro para construir el armazón y un gran número de placas de bronce para dar lugar a una gran estatua que medía 32 metros de altura.
La fama de la escultura, que pasaría a la historia como El Coloso de Rodas, crecía día a día y viajeros de toda la tierra conocida se desplazaban hasta la isla para contemplarla. Pero la fatalidad quiso que sólo 56 años después de ser puesta en pie un gran terremoto la derribara. Después de aquello, el gobernador de Egipto Ptolomeo III se ofreció a pagar la reconstrucción de la estructura, pero los responsables de la isla rechazaron el ofrecimiento por entender que el terremoto había sido un castigo de los dioses por ofender al dios Helios.
Y es que durante buena parte de la historia, los terremotos, como todos los fenómenos que las distintas civilizaciones han conocido pero que no han llegado a entender, han sido considerados castigos divinos hacia la humanidad. Desde aquél, en el siglo III a.C. hasta nuestros días, los terremotos se han sucedido de manera continua dejando a su paso un balance de víctimas mortales y daños materiales enorme. El de mayores consecuencias humanas del que se tiene noticia fue el gran terremoto de Oriente Medio, que asoló el norte de Egipto en 1.201 cobrándose más de un millón de vidas. Hoy en día, el conocimiento que se tiene acerca de los terremotos nos permite acercarnos a ellos de una forma mucho más terrenal, aunque todavía parece lejano el día en que seamos capaces de predecirlos con tiempo suficiente.
Para explicar cómo y por qué se producen los terremotos habría que empezar hablando de una capa superficial de la tierra llamada litosfera. Ésta es una estructura sólida que flota sobre otra, de características fluidas, denominada astenosfera. La litosfera se encuentra dividida en 14 fragmentos denominados cada uno de ellos placas tectónicas. Estas placas, debido a que se encuentran sobre materia no sólida, se desplazan lentamente generando una serie de procesos como es el vulcanismo, la formación de las montañas y los fenómenos sísmicos.
El desplazamiento de las placas tectónicas se da a una velocidad que es imperceptible en nuestro día a día –dos o tres centímetros al año-, pero suficiente como para ir generando una energía por fricción que va acumulándose hasta que acaba por liberarse dando lugar a los tan temidos terremotos. A la zona donde propiamente se produce el terremoto, es decir, al sitio que libera la gran energía acumulada tras un largo período de fricción entre dos placas tectónicas se le denomina hipocentro, mientras que a ese mismo lugar, pero en la superficie terrestre se le llama epicentro, y es aquí donde las ondas sísmicas se hacen sentir con mayor intensidad.
Siempre que se genera un terremoto aparecen varios tipos de ondas elásticas que son las que propagan el seísmo. Estas ondas pueden ser de tres tipos: ondas primarias o P, que se propagan en la misma dirección que la vibración; secundarias o S, que se propagan en perpendicular a la vibración; y ondas superficiales, que son las últimas en aparecer y que lo hacen como consecuencia de la interacción entre las ondas P y S en la superficie terrestre. Estas últimas son las que producen más daño a nivel estructural. Aunque también es cierto que en la aparición de los daños intervienen diferentes factores como la profundidad a la que se encuentre el hipocentro y lo preparada que esté una determinada población para afrontar la presencia del fenómeno sísmico.
No obstante, existe una escala objetiva, que es la más utilizada para cuantificar el efecto de un terremoto, llamada Escala de Richter. Ésta determina la magnitud de un terremoto de forma logarítmica. Es decir, el aumento de una unidad en la escala de Ritcher –por ejemplo, pasar de 7 a 8 grados- quiere decir que la fuerza del terremoto se ha multiplicado por diez.
A día de hoy, existe un proyecto para volver a levantar una estatua en Rodas similar a la que existió entonces. Mientras, el temor a que la tierra tiemble sigue presente en nuestras vidas, aunque, como siempre, la desgracia suele cebarse con los que menos tienen.
miércoles, 10 de marzo de 2010
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3 comentarios:
Que bueno tener de nuevo tus artículos aquí. Y muy bien traido el tema de los terremotos con todo lo que está pasando ultiamamente.
Muy interesante,como siempre muy bien explicado, y además me ha gustado que hablases del coloso de Rodas que siempre me ha fascinado.
Muchas gracias, Juanma.
Como siempre, es un placer saber que estás ahí.
Un abrazo.
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